Hombres buenos
Arturo Pérez-Reverte
Alfaguara, 2015
'Hombres buenos', o la pasión de novelar
Hace unos años, en 2010, tras publicar 'El asedio', la novela más larga que ha escrito, Arturo Pérez-Reverte dijo que, tras el esfuerzo que le había supuesto su complejidad y necesidad de documentación real, iba a abandonar la novela histórica "por una temporada larga". Bueno, ¿y los Alatristes? No, los Alatristes se seguirán escribiendo, claro, porque esos están prometidos, parte de la investigación ya está hecha y sus personajes son como viejos amigos. Bueno, ¿y 'El tango de la Guardia Vieja', que ocurre en los años 20, 30 y 60? Nah, eso para mí no es histórico: los 60 los viví yo, y mi abuelo nació en el siglo XIX. Esos no cuentan. 'El francotirador paciente' sí que confirmó el alejarse de lo histórico, pero al final, como el montañero o el maratoniano que acaban desfallecidos su última hazaña y juran que jamás volverán a hacerlo, y luego, en cuanto se recuperan un poco, les vuelve el mono y no se pueden resistir, también Pérez-Reverte ha vuelto a las andadas. Todavía me quedan fuerzas, así que hacia la brecha una vez más. Además, entre los viajes al pasado que había hecho antes Pérez-Reverte se había tocado, varias veces cada uno, los siglos XVII y XIX, pero quedaba ahí en el medio ese XVIII, tan prometedor y tan frustrante al mismo tiempo, y por ello tan español, que pedía a gritos una novela revertiana. Y ya existe.
Si en el XVII lo importante en España era el imperio y su decadencia, y en el XIX el fascinante episodio histórico napoleónico, en el XVIII destaca otro ejemplo de lo que pudo ser y no fue, en este caso las luces y la ilustración. El año elegido es 1780, y el momento escogido la compra por parte de la Real Academia Española de una primera edición de la 'Encyclopedie' francesa, cuyos 28 tomos aún están en el edificio de la RAE en Madrid. Esta colección de volúmenes es históricamente importante, porque en Occidente representan el momento en el que el ser humano decidió en serio sentarse a la mesa, ponerse científico, apartar la hojarasca y recopilar lo que de verdad sabía sobre sí mismo y sobre el mundo que lo rodeaba: lo útil, lo necesario, lo imprescindible para continuar buscando una vida mejor y una mayor felicidad común. De ese movimiento España estaba corriendo el riesgo de quedarse al margen, y aunque solo fueran unos pocos intelectuales privilegiados los que tuvieran acceso a esa obra, merecía la pena hacerse con ella, por mucho que quienes se oponían, sobre todo desde la religión, maniobraran para prohibirla, anatematizarla o evitar el acceso a ella como se pudiera.
Sin embargo, lo que en la vida real fue un simple y mundano envío por correo, sin gran heroísmo ni peripecia, en 'Hombres buenos' se convierte en un viaje de esos que lo cambian a uno, aunque vuelva con las mismas ideas con las que se fue: dos académicos, un bibliotecario y un brigadier de marina retirado, son los encargados de ir hasta París en coche de caballos, buscar una primera edición completa entre varias dificultades y volver con todos los volúmenes sanos, salvos y de una pieza. Y a ser posible, ellos mismos también. Otros dos académicos, contrarios a la decisión, contratan a un sicario para que lo impida. Y esa es toda la trama: el viaje, la estancia en París y la vuelta a casa, con la misión cumplida... o no.
Lo que está en juego, como se puede ver, no es gran cosa. No hay una bomba haciendo tic-tac, no hay millones de vidas humanas en juego, y la Historia no cambiaría gran cosa si el encargo fracasa: las ideas ilustradas, con o sin enciclopedia para uso de unas docenas de ancianos en Madrid, habrían entrado en España, en la medida en la que lo hicieron, de otras maneras a través de otros libros o viajeros. Dicho lo cual, a la novela no le faltan momentos de tensión dinámica, como un duelo o un par de atracos, pero lo principal de este libro, de lo que realmente trata, es de ideas.
'Hombres buenos' es un libro hecho de conversaciones entre gente que lee, y que lee sobre ideas, y que piensa sobre lo que lee. Todos sus personajes son lectores, que manejan libros, que llevan libros en sus viajes, que están rodeados de libros, que cuando no lo están los buscan, y que entran en librerías a buscar nuevos libros. Incluso dedican sus vidas y sus oficios a los libros. Para colmo, la aventura central está enfocada en el conseguir una de las obras más influyentes de la Historia, lo cual les lleva a contactar con otros lectores de libros con los que continuar hablando de ellos. La novela cita decenas de títulos, en conversación, en tiendas, en bolsas de viaje, en estantes de bibliotecas privadas, en mesas de documentación... Libros por todas partes. Pero -y esto es lo importante- son libros que contienen ideas y conocimientos útiles. A veces es una simple guía de viajes, otras una obra clásica griega o romana, otras veces son gacetas y periódicos sin imparcialidad ninguna ni ganas de tenerla, otras una novela prohibida, otras son obras de tema filosófico (en un doble sentido de la expresión que ya se explicará), pero estamos en un ambiente en el que lo impreso es un tesoro preciado, tanto para los que quieren usarlo para progresar como para los que desean que las cosas se queden como están.
Los cuatro académicos principales son gente que lee, y no solo eso, sino gente que también escribe, pero todos ellos son de ideas diferentes: está el bondadoso bibliotecario inclinado hacia la razón, pero incapaz todavía de soltar las amarras de lo religioso. Está el marino-que-lee, que busca en los libros lo útil y poco más, porque un cálculo bien hecho o una carta náutica bien dibujada ayuda a gobernar un barco, pero un avemaría no. Está el que quiere prohibir todos los libros que no sean El Que Él Sigue, lector de un solo libro, o peor aún usando un solo libro para medir los demás. Y está el que quiere leerlos él primero (o solo él) para luego decirle a los demás cómo interpretarlo desde su torre de marfil, a menudo copiando lo que otros ya dijeron. En París el número aumenta: libreros, pensadores, artistas, políticos, revolucionarios... incluso mujeres. Los académicos españoles podrán cruzar palabras e ideas en persona con algunos nombres archifamosos -Laclos, Franklin, D'Alembert- e incluso conocerán a una dama que desde su tertulia de salón impulsa y dirige este flujo de diferentes pareceres, aunando cerebro y belleza madura. Su cicerone en la capital francesa, anárquico si no anarquista, usa las letras como un arma que algún día, en menos de una década, derrumbará un mundo e intentará parir otro nuevo.
Durante los largos viajes en coche de caballos, durante las cenas, cafés y recepciones, durante los momentos de antes de irse a la cama, no cesan de fluir las conversaciones y las ideas, a veces en armonía, a veces en lucha, a veces en ayuda unas de otras y a veces en exclusión mutua. Y no se trata de ideas relevantes hace dos o tres siglos que hoy hayan perdido interés. Algunas sí lo eran más antes, pero otras aún hoy llaman al debate encendido. ¿Qué importancia hay que darle a la religión en la vida? ¿Qué papel y qué responsabilidad debe de tener el arte -el teatro entonces, hoy el cine o la televisión- a la hora de entretener y formar a la gente? ¿Puede resultar lo militar o naval un semillero de ciencia? ¿Qué forma de gobierno es mejor? ¿Qué papel debe tener un rey, y ha de tener un dios mandando sobre él? ¿Cómo debe reaccionar un pueblo ante un mal gobierno, y qué límites debe tener su ira? ¿Debe la humanidad irse al carajo a veces y empezar de nuevo cuando todo se pudre demasiado? ¿Cuántos huevos hay que romper para hacer una tortilla, y hay huevos en concreto que no deberían romperse nunca? ¿Qué decir de las mujeres? ¿Qué decir de las naciones que luchan por la independencia política?
Los personajes de la novela, como lo haríamos nosotros, reaccionan de diversas maneras ante todos estos temas de conversación y muchos más. Cada uno de ellos representa una reducción a fuego lento de varios de los pensadores y escritores más significativos de su tiempo: por sus bocas y de sus plumas salen ideas dichas por Diderot, Voltaire, Jovellanos, Feijoo, D'Alembert, con las que siglos más tarde aún se puede estar de acuerdo o no. Sin embargo, no es un mero cortapega de citas, ya que los debates planteados son demasiado importantes para eso, y además, muchas obras de la época, tanto para leer como para representar en escena, usaban este mismo recurso de colocar personajes como perchas de las que exhibir cada uno un determinado rol o postura ideológica y moral.
¿Qué puede resultar de algo así? ¿Hay manera de sacar algo en claro, y más teniendo en cuenta aquello de "tres españoles, cuatro opiniones"? Pues esa es la destilación final de la novela: si de algo es un canto este libro, si a algo llama al lector, es a la cortesía y la templanza en el debate. A hablar, pero también a escuchar. A mostrarse firme, pero no a convertir al otro en un enemigo que exterminar. Y esto lo dice un escritor conocido precisamente por no usar siempre ni la una ni la otra (muchas veces sí las usa, pero mucha gente tiende a recordar las que no). Lo cual, aunque parezca una paradoja, da una idea de la relevancia de lo que se busca aquí: si alguien que ha dicho que a menudo la gente no hace caso de las cosas hasta que le mentas sus muertos más frescos luego escribe 600 páginas en honor del control y el rigor en el debate, eso significa que debe ser algo de importancia capital. Particularmente, porque viene de alguien que habla con conocimiento de causa de loq que se puede armar a partir de una simple frase, sobre todo desde que su presencia en Twitter le ha permitido tener acceso a las cosas que la gente puede llegar a decir (incluido él mismo a veces).
Aparte del esfuerzo hercúleo por intentar convertir escenas donde dos o más personas están simplemente sentadas hablando alrededor de la mesa en algo tan apasionante como las hazañas más asombrosas, hay otro ingrediente muy especial en esta novela: su narrador. tras haber empezado sus primeras novelas con el clásico narrador omnisciente que no sabemos quién es ni importa demasiado, Pérez-Reverte ha ido pasando a otras novelas donde no solo importa quién es el narrador sino cómo narra. Él siempre ha sido un escritor que ha dicho odiar hablar sobre sus libros, pero luego, una vez que ha de hacerlo, de grado o por obligación profesional, resulta fascinante: sabe hablar de ellos de una forma que los ilumina e ilustra, aumentando el disfrute de quien los lee. Anteriormente, esto había estado presente solo en entrevistas hechas a raíz de cada lanzamiento, pero ya una vez escribió un largo artículo sobre cómo su relato corto 'Un asunto de honor' se convirtió en la película 'Cachito'. En sus artículos dominicales de vez en cuando publica alguno sobre el oficio de escribir, como por ejemplo la vez en que contó cómo abandonó a Teresa Mendoza para que se fuera con otros, los lectores, al acabar 'La Reina del Sur'. Cuando publicó 'El tango de la Guardia Vieja', dedicó un blog entero, "novelaenconstruccion" a contar en varias entradas cómo se había gestado una novela hecha de tantos materiales. Y es que a veces el cómo se contó una historia es tan interesante o más que la propia historia. Bueno, pues en 'Hombres buenos' ese hilo que siempre estuvo ahí para quien ha querido verlo, ahora entra dentro del propio tejido de la novela: cada cierto tiempo, el autor aparece en escena para contarnos cómo ideó la trama, cómo comprobó sobre el terreno los lugares que visitaron y visitarían sus personajes, con qué expertos habló para continuar su documentación, qué libros (obviamente, de eso trata la novela) usó para crear ambiente y diálogos, y cómo resolvió cada problema narrativo que se le presentó.
Pero ojo, porque este narrador de la novela no es Arturo Pérez-Reverte como lo conocemos (más o menos), sino a su vez una versión ficticia de él. De la misma forma que en 'Territorio comanche' se ocultó detrás de un Barlés (uno de los apellidos de su árbol genealógico real) y en 'El pintor de batallas' se camufló como Faulques, aquí, sin nombre siquiera, pero reteniendo su sillón T mayúscula en la RAE, se convierte en narrador y personaje a la vez. De siempre ha sido conocida de Pérez-Reverte su poca afición a revelar detalles que él no quiere contar sobre sí mismo, además de su descripción de su manera de ir echando cosas a la mochila de la vida para luego hacer novelas con ellas. Este autor-narrador-personaje en 'Hombres buenos' es el producto final de esas convicciones y maneras de vivir como escritor: en la novelística en general es más importante lo "ben trovato" que lo vero", así que si hay que novelarse incluso a sí mismo para que la ficción resulte más sabrosa, pues se hace. Así, sus libros, en esta dimensión alternativa, tienen nombres diferentes: 'La estocada' es uno, 'La sombra de Richelieu' es otro. 'El enigma del 'Dei Gloria'' otro más. Quien haya leído más libros de Pérez-Reverte sabrá cuáles son cada uno de ellos en "nuestra" dimensión. En sus pesquisas habla con amigos reales, como los académicos Francisco Rico y Darío Villanueva, o un par de libreras francesas, o el periodista y esgrimista Jacinto Antón. ¿Es cierto que practicaron juntos una escena de lucha a espada para la novela? La novela dice que así fue. Entrevistas reales de nuestro mundo real dicen que no... Y así con cada aparición en el libro del Académico T: además de ser una novela, una peripecia, una tormenta de ideas, 'Hombres buenos' es también un juego, al que Pérez-Reverte gusta de jugar siempre con sus lectores: el de colocar miguitas de pan que quien quiera seguir le abrirán otras puertas o matices, y quien no, pues puede seguir todo recto hasta el final y bajarse del tren al final del trayecto sin explorar nada más. ¿Qué apellidos de personajes son reales, y si lo son, son de amigo o enemigo? ¿Qué otro protagonista anterior de sus novelas ha leído el mismo libro o tiene unos ojos similares? ¿Cuál tiene la misma idea o convicción que otro? ¿Cuántas frases de la novela han aparecido anteriormente en sus artículos de prensa, formando parte de ese todo llamado "territorio Reverte"? Si todas sus novelas anteriores tenían estos agujeros de madriguera por los que podías decidir seguir al conejo o no, 'Hombres buenos' es el más lúdico de todos en ese sentido. Las referencias son interminables, y la pena es que no haya un enlace en color azul en cada una de ellas para seguir explorando.
Con cada novela que Pérez-Reverte publica llega la inevitable reacción de dónde se coloca entre las suyas. Creo que 'Hombres buenos' tiene muchas papeletas para acabar siendo la favorita de muchos lectores... o al menos hasta que se recuerden las carcajadas heladas de 'La sombra del águila', las estocadas fatalistas de Diego Alatriste, la betacam de Márquez, o los misterios femeninos de Lolita, Olvido, Teresa, Tánger o Adela (la competencia está difícil). Pero sin duda creo que va a ser al menos el más subrayable de todos sus libros, y al que se vuelva con frecuencia cuando haya ganas de alimento para el intelecto.