lunes, 31 de agosto de 2009

La aventura mexicana del general Prim

La aventura mexicana del general Prim
Luis Alejandre Síntes

Juan Prim y Prats (1814-1870) fue uno de los españoles con biografía más abigarrada del siglo XIX. Natural de Reus, tomó parte en 35 acciones durante las guerras carlistas, recibió ocho heridas, y salió de ellas como coronel a los 26 años, habiendo conseguido todos sus ascensos por méritos en campo de batalla. Metido en política, fue diputado progresista por Tarragona y se enemistó con el regente, Baldomero Espartero, acusándolo de favorecer la compra de tejidos ingleses con el fin de debilitar la economía de Cataluña para mantener a dicha región más sometida al gobierno central. Autoexiliado a París, contactó con un grupo de militares desterrados, fue apresado en Perpiñán y tras ser liberado, protagonizó una sublevación fracasada desde su Reus natal. Tras la caída de Espartero fue nombrado sucesivamente brigadier, gobernador militar y comandante general de Barcelona, donde su represión de los revolucionarios de La Jamancia le valió el ascenso a general y los títulos con derecho hereditario de conde de Reus y vizconde del Bruch. Los conservadores no se acababan de fiar de él, y Prim rechazó ser enviado a Ceuta como comandante militar. Acusado de complot por Narváez, fue apresado en el castillo de San Sebastián, en Cádiz, hasta que su madre le consiguió un indulto. Esta vez aceptó que lo mandaran lejos, y fue capitán general de Puerto Rico durante unos meses. A su vuelta, consiguió de nuevo escaño en el parlamento, y olvidando su represión de los revolucionarios barceloneses, defendió los intereses de Cataluña en el parlamento de Madrid.

Después fue capitán general de Granada, venció en combate a las kábilas bereberes que asaltaban Melilla periódicamente, y ascendió a teniente general. Declarada la guerra a Marruecos en 1859, volvió a distinguirse por su valor en batalla (y por un carácter sanguinario que hizo que durante años a los niños marroquíes se los asustara diciéndoles "¡Que viene Prim!"), y fue nombrado marqués de Castillejos, con grandeza de primera clase.

Es entonces, a los 48 años, cuando llegamos a la etapa de su vida en la que se centra el libro 'La aventura mexicana del general Prim', cinco meses de estancia en dicho país en 1862, y que comentaremos en un momento. Por terminar su biografía, de vuelta a España, volvió a pronunciarse militarmente varias veces, a irse a Portugal, Francia o Suiza cuando fracasaba y a sufrir arresto domiciliario en Oviedo. Finalmente, el cántaro se rompió tras tanto ir a la fuente, y en la llamada 'Revolución Gloriosa' de 1868, desembarcó en Gibraltar, y fue avanzando por toda la costa Mediterránea española, sublevando ciudades a su paso hasta ser recibido como un héroe en Barcelona. Tras las elecciones del año siguiente fue hecho jefe de gobierno, con lo cual se convertía en el primer catalán que llegaba a presidir un gobierno español. Como la nueva constitución seguía declarando a España como una monarquía, Prim se tuvo que dedicar a buscar un nuevo soberano que sustituyera a los depuestos Borbones, y cuando tras mucho dar vueltas, Amadeo de Saboya aceptó, el mismo día en que éste salía desde Italia para Madrid (27 de diciembre de 1870), Prim sufrió un atentado en su carruaje de resultas de cuyas heridas murió tres días después.

En medio de una vida como la narrada, llena de batallas, intrigas, rebeliones, detenciones, viajes, ascensos y caídas, cuyo protagonista tuvo incluso tiempo de presenciar como observador dos de los conflictos bélicos más importantes de su tiempo (la guerra de Crimea y la guerra de Secesión estadounidense), el primer problema al que se enfrenta el libro que nos ocupa es cómo hacer interesante el periodo de cinco meses que Prim pasó en México sin pegar un solo tiro, y poco menos que 'haciendo de cobrador del frac', en palabras de quien firma el epílogo del libro, Francesc Sanuy. La 'cuestión mexicana' que se le encomendó resolver consistía simplemente en que el gobierno mexicano de Benito Juárez había decidido no pagar sus deudas con Francia, España y Gran Bretaña, y las tres naciones acordaron por la convención de Londres (31 de octubre de 1861), enviar tropas aliadas para presionar en busca de una solución. Éstas llegaron allí, y mientras se hablaba del tema y no, confiscaron las aduanas de Veracruz y Tampico para cobrarse la deuda. Prim fue enviado como representante español debido a que ya había estado en la costa caribeña antes, como capitán general de Puerto Rico, y porque su esposa, con la que ya tenía un hijo, era una mexicana rica exiliada en París, sobrina de un ministro de Juárez, así que se suponía que algo sabría del tema. Si se percibió aquí algún conflicto de intereses o no, parece que se obvió por el momento. Aparte, así se mandaba a un notorio entrometido como Prim lejos de la península.

La cuestión acabó siendo que mientras que españoles y británicos sólo querían su dinero y nada más, y no buscaban intervenir para nada en la complicada política mexicana, los franceses traían ideas diferentes. La historia demuestra la afición de los franceses, los Habsburgo y los Napoleones por hacerse reyes de otros países: bien, pues el archiduque Maximiliano era un Habsburgo y Napoleon III mandaba en Francia, y entre los dos vieron la oportunidad de pescar en río revuelto y convertir al primero en emperador de México. Cuando los franceses empezaron a mandar más y más tropas mientras las conversaciones con los mexicanos se alargaban, los ingleses y los españoles decidieron volverse para casa en son de paz tras conseguir ciertas garantías para sus ciudadanos residentes en México. O mejor dicho, esto lo decidió Prim unilateralmente, porque el tiempo que se tardaba en que una carta llegara de México a España era de un mes (y otro de vuelta, obviamente), con lo cual para cuando llegaran instrucciones desde Madrid, éstas podrían ser irrelevantes. A su vuelta a España, Prim se defendió elocuentemente ante el parlamento, y la historia reivindicó su decisión cuando cinco años después, en 1867, el emperador Maximiliano I de México fue fusilado por rebeldes republicanos. Con sus actos de aquella primera mitad del 62, Prim evitó a España seguramente una costosa guerra contra una ex colonia que ya había sido independiente durante casi 40 años.

Durante esos cinco meses, desde enero hasta mayo, prácticamente lo único que se hizo fue embarcar y desembarcar tropas, moverlas acá para allá, domar mulas enviadas casi cerriles desde Cuba, intentar evitar que la tropa cayera enferma de fiebre amarilla o tifus (de 8000 soldados españoles, 6969 fueron baja por enfermedad en un momento u otro, y 131 murieron) y enviar cartas por doquier: a la capitanía de Cuba, a los mexicanos, a Madrid, incluso a los otros plenipotenciarios aliados, todo para al final volver a embarcarse de vuelta cuando parecía que podía haber guerra de verdad. Según se mire, puede resultar fascinante o tremendamente aburrido, y más, cuando como hemos visto, la vida de Prim tiene otros muchos episodios mucho más trepidantes.

El otro problema que tiene el libro es que no está demasiado bien escrito. El autor, Luis Alejandre Sintes, de 68 años, cesó como Jefe del Estado Mayor con el grado de general en 2003. Tuvo una larga carrera militar y condecoraciones por doquier, en España, Nicaragua, Brasil, Francia, Chile, Uruguay y hasta la ONU. También fue, como Prim, capitán general de región militar con sede en Barcelona, su bisabuelo sirvió con Prim en Marruecos, y hasta llegó a trabajar, nombrado por José María Aznar, en el mismo palacio de Buenavista en Madrid donde Prim dejó un reguero de sangre mientras aseguraba que aquello sólo era un rasguño. No es, pues, historiador o escritor de carrera, y se nota bastante, sobre todo en la primera parte del libro, bastante desordenada, con constantes saltos hacia atrás y hacia adelante que no ayudan a la compresión cronológica del problema (incluso se mete bastantes veces en el futuro, cuando el tema que nos ocupa aún no ha sucedido). Algunos datos que aparecen repetidos hasta cuatro veces, mientras que otros no se exploran en concreto (por ejemplo, los ataques contra ciudadanos españoles en México). Muchos párrafos constan de una sola frase o dos, con lo cual hay puntos y aparte a veces tras cada dos o tres líneas, y hay partes que parecen más notas que ampliar que puntos definitivamente elaborados. La cosa, sin embargo, mejora cuando por fin Prim llega a México (y ya llevamos 170 páginas). Ahí vamos avanzando semana a semana en lo que ocurre, basándose en las cartas que se conservan en distintos archivos, en las que se mezclan el tono político y diplomático con la impaciencia y el deseo de transmitir firmeza sin querer romper la baraja, y a veces con el tono personal, sobre todo en las comunicaciones entre Prim y el tío de su esposa, José González Echevarría, ministro de Juárez.

Alejandre ya publicó artículos en 'La aventura de la historia' y otro libro sobre tropas españolas al otro lado del mundo, 'La guerra de la Cochinchina. Cuando los españoles conquistaron Vietnam'. Se le nota la pasión por el pasado militar de España (todo el rato habla de "nuestras tropas", "nuestros enviados", "nuestros intereses", "nuestros aliados", narrando desde un bando, eliminando la tercera persona neutral), y el libro que nos ocupa está lleno de referencias al loable ideal de dos pueblos hermanos unidos por el mismo idioma, que deben entenderse y alejarse de conflictos violentos. Quizá sea porque Alejandre sirvió en varias misiones de paz, pero se le ve que defiende las decisiones de Prim como históricamente acertadas, y también desde el punto de vista de un general con 8000 vidas que proteger, alejado a un mes de distancia del gobierno al que sirve, que carece de información y que ha de tomar decisiones con firmeza, clarividencia y capacidad de defenderlas. Tal vez, en estos tiempos modernos de repugnancia hacia la guerra que tiene el mundo acomodado occidental, sea acertado dar a conocer momentos en los que la heroicidad se demuestra sabiendo cuándo irse sin luchar, en lugar de tanto ardor guerrero, honra sin barcos y nasío pa matar.

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