sábado, 20 de noviembre de 2010

Recuerdos de este fusilero

Recuerdos de este fusilero
Benjamin Harris
Reino de Redonda (2008)

(Agradecimientos a Remolina)

En 2008, Reino de Redonda publicó una nueva edición de las memorias del capitán Contreras, un valioso documento sobre la vida de un soldado español del Siglo de Oro. Ese mismo año, la peculiar editorial del escritor y académico Javier Marías continuó con el subgénero de los testimonios bélicos reeditando 'Recuerdos de este fusilero' ('The recollections of rifleman Harris'), sobre la vida de un soldado inglés de principios del siglo XIX, que participó en las campañas contra Napoleón por media Europa.

La diferencia principal entre ambos libros es que, a pesar de que el primero data de dos siglos antes, su autor lo escribió de su puño y letra, mientras que el segundo era analfabeto, y por lo tanto debemos a otra persona, el editor Henry Curling, su recopilación y puesta por escrito, unos treinta años después de que el fusilero Harris dejara las armas. Estas memorias han sido publicadas varias veces, a menudo recolocando varios pasajes, ya que el volumen original, a pesar de estar ordenado cronológicamente, contenía varios saltos atrás y adelante, así como algunas repeticiones. Esta edición, a cargo de Ian Robertson, vuelve al orden original, excepto por un párrafo que se mueve de sitio. Esta decisión refuerza la sensación de memorias orales -batallitas, podríamos decir- oídas contar a un veterano tal cual las dijo y según le vienen a la cabeza.

Las memorias en sí sólo ocupan unas doscientas páginas, y si el libro llega a las 360 es a base de incluir el prólogo y el epílogo de Robertson tanto en inglés como en español, repitiendo incluso las ilustraciones (¿?), y las acostumbradas listas de títulos y cargos de ese imaginario Reino de Redonda que Marías continúa jugando a mantener con vida.

Harris era hijo de un pastor de Dorset, y de joven aprendió el oficio de zapatero. En 1802 salió sorteado para el Ejército de Reserva y se vio obligado a abandonar su hogar justo cuando su padre "empezaba a necesitar de cuidados y atenciones, pues los quebrantos de salud estaban viniéndosele encima". Impresionado por la apariencia y fama de los fusileros, con su uniforme verde (como las portadas de este libro) y su obligación de ir siempre en los lugares más peligrosos (primera línea de vanguardia o última de retaguardia), acabó en uno de sus mejores regimientos, el 95º. Tras pasar periodos de adiestramiento en Inglaterra e Irlanda, ejerció su oficio en Dinamarca, Portugal, España y los Países Bajos.

En la Península Ibérica desembarcó en Portugal, participó en las importantes batallas de Roliça y Vimeiro, y entró en España sólo a tiempo de integrarse en la peligrosa y atroz retirada de las tropas del general Moore desde la meseta castellana y leonesa hacia los puertos de Vigo y La Coruña, perseguidos por los franceses en pleno invierno y en medio de grandes padecimientos. Consiguió ser embarcado en Vigo por los pelos y tras recuperarse de vuelta en Inglaterra, fue enviado a Walcheren, en los Países Bajos, donde, como casi todos los ingleses desembarcados allí, cayó tan gravemente enfermo que tardó años en poder recuperarse lo suficiente para llevar una vida más o menos normal. Por ello, hubo de colgar el fusil y volver a ser zapatero, cosa que por otra parte no dejó de hacer siquiera durante su vida de soldado. Su habilidad y la importancia del calzado en un ejército fuera de casa le hacía un soldado muy valioso más allá de su habilidad para disparar.

Como buen soldado inglés, durante su narración no puede evitar dejar caer su orgullo de considerarse parte del mejor ejército del mundo, del mejor regimiento, junto a los mejores oficiales, etcétera, y también se le escapa su extrañeza al notar que no son particularmente bienvenidos en muchos lugares por donde pasan, a pesar de "venir a ayudar". Esa era, obviamente, la excusa oficial. La verdad es que la ayuda que los ingleses daban era por puro interés político ante los avances del gran enemigo del momento, Francia.

Esas cosas aparte, como es de esperar, las memorias de un soldado contienen cosas que serían tomadas por increíbles si se contaran en una obra de ficción y albergan pasajes que ni el mejor novelista podría mejorar. En Portugal, tras ver morir a un sargento en medio de grandes sufrimientos tras recibir un tiro que "entrando de lado a lado lo había atravesado de parte a parte pasando por ambas ingles", "a la media hora había dejado atrás al sargento Frazer y, en verdad, lo había olvidado tan por completo como si llevara cien años muerto. Y es que el espectáculo de tanta sangre derramada no permite que la mente se demore en una muerte en particular, aunque se trate de la del mejor amigo de uno. No había tiempo de pensar, porque en esos momentos todo era acción para los Fusileros, y el cañón de mi fusil estaba tan caliente del continuo disparar que apenas podía tocarlo, y me veía obligado a sujetar el rifle por la culata mientras seguía disparándolo".

Más adelante, tras la batalla, "me fijé de pronto en un muerto que tenía justo enfrente (...) caído de costado entre entre unos arbustos carbonizados (...). Este desdichado, francés al parecer, estaba tan asado como si lo hubieran espetado y dado vueltas en un buen fuego. Varios de mis compañeros lo vieron como yo, y más de una vez intercambiaron chanzas sobre la pinta del pobre tipo. Toda su ropa se había quemado, y él mismo estaba bastante churruscado y encogido como una rana seca. Se lo señalé a uno o dos de los soldados que tenía al lado, y lo examinamos de cerca con no poca curiosidad, dándole la vuelta con los fusiles. Me sorprende recordar cómo la desdichada suerte de ese pobre infeliz no suscitó entonces en nosotros la menor compasión, sino sólo risas."

También hay un emotivo episodio con la esposa de un compañero muerto, una peculiar situación en la casa de un danés y sus cinco hijas, una triste nochebuena nevada en Sahagún (León), borracheras en varios países, una portuguesa de ojos negros, y finalmente el deseo, tras meses y meses de convalecencia de que "¡Por amor de Dios, déjenme marchar y morirme en mi regimiento!". Pero seguramente mi párrafo favorito es el siguiente:

"Mientras estuve allí enfermo (en el hospital de Hythe, tras la retirada desde Galicia), recuerdo haber oído decir en algún momento que se había optado por prescindir de la salva de honor al enterrar a nuestros camaradas, tantos y tan deprisa morían. Cuando por fin salí del hospital y me acerqué al cementerio para contemplar sus tumbas, las vi alineadas en dos filas. De la misma manera que habían tenido que formar en vida, también yacían muertos en formación".

La carrera militar de Harris no fue particularmente larga: desde que fue llamado a filas en 1802 hasta su baja definitiva en 1814 hay doce años, pero su participación activa en guerras extranjeras se reduce al periodo 1808-1810. A pesar de ello, cuando Curling recogió sus recuerdos, lo consideraba un acabado ejemplar del tipo de soldado que forjó un imperio global para Sus Graciosas Majestades. Por eso hay que agradecerle que dejara constancia para la posteridad estas experiencias que su admirado Harris no podía escribir.

1 comentario:

Remolina dijo...

Gracias salao, por la parte que me toca.

Me gustó muchísimo su libro en su día.