jueves, 27 de octubre de 2011

El puente de los Asesinos

El puente de los Asesinos
Arturo Pérez-Reverte
Alfaguara, 2011

Incluso la gente que no es particularmente aficionada a la saga de ‘Las aventuras del capitán Alatriste’ conoce lo suficiente sobre ella: es una serie de relatos escritos por el novelista, académico de la Lengua y ex reportero Arturo Pérez-Reverte, que comenzó a ser publicada en 1996, con la idea de recuperar la memoria de lo que fue la España del siglo de Oro. A través de las aventuras de Diego Alatriste, espadachín y soldado de los tercios de infantería, y de su paje Íñigo Balboa, cada uno de los seis volúmenes publicados hasta ahora se ocupa de un tema más concreto dentro del marco general de la España del XVII: Madrid como villa y corte de un imperio global, la Inquisición, las guerras en Flandes, la importancia del oro de América, los bajos fondos de Sevilla, los grandes literatos y dramaturgos que dieron nombre al siglo de Oro, y la casi olvidada situación del Mediterráneo han sido los asuntos desarrollados hasta ahora. Ahora en la recién publicada séptima entrega, ‘El puente de los Asesinos’ el tema central son las intrigas políticas provenientes de Italia, que en aquel tiempo era un mosaico de estados separados y ciudades comerciales situado en el centro del Mediterráneo, y por tanto estratégico centro de conspiraciones internacionales.

Vale pues. Pero lo que los aficionados quieren saber es si el nuevo Alatriste está bien. Y sí. Está bien. Es un Alatriste de pata negra.

Hasta ahora, los seis primeros Alatristes pueden dividirse en Alatristes españoles y extranjeros, o de misiones y de guerra. Los del primer grupo, españoles y de misiones, serían cuatro (‘El capitán Alatriste’, ‘Limpieza de sangre’, ‘El oro del rey’ y ‘El caballero del jubón amarillo’), que se desarrollan en Madrid y Sevilla (y sus alrededores), y en los que el foco de la narración está sobre una misión que cumplir o un peligro que evitar: la visita de los dos ingleses, unas investigaciones inquisitoriales, una urca flamenca llena de oro o una conspiración contra el rey. Los otros dos libros se desarrollan en Flandes y por las costas mediterráneas, y en ellas la principal misión es mantenerse vivo, que no es poco, y atacar a y defenderse de enemigos.

El séptimo volumen es una mezcla de los dos tipos, lo cual quizá reconcilie a partidarios que prefieran uno sobre el otro. Mientras que seguimos fuera de la península Ibérica, en varias ciudades italianas, el asunto principal es una misión que cumplir: en concreto, intentar asesinar al dogo (o dux) de Venecia durante la misa de Nochebuena de 1627.

Para quienes estén esperando el regreso de los Alquézar, sobre todo Angélica, pieza importante en una de las tramas favoritas de la saga, aún sin resolver, hay que decir que no van a estar presentes, y habrá que esperar a una nueva entrega. Sí que están, en cambio, Sebastián Copons y Aixa ben Gurriat, dos de los fieles compañeros de armas de Alatriste, y sobre todo está de vuelta Gualterio Malatesta, el espadachín de Palermo, que ha logrado encontrar la forma de ser liberado de su prisión en Madrid para intervenir en la conspiración veneciana. Su renovada relación con Alatriste, hecha de circunstancias difíciles, reglas retorcidas y cuentas por saldar (a veces aliados y a veces enemigos, quizá caras de una misma moneda, quizá monedas distintas), es, aparte de la propia conspiración, uno de los puntos centrales de la novela. A Malatesta se lo compara frecuentemente con una serpiente, y cada vez que aparece en escena, tanto los personajes como el lector se ponen en guardia, sin osar perderle de vista hasta el mismísimo final.

El otro paso adelante de importancia que da la trama general del libro es el que da Íñigo hacia su futuro de héroe cansado. Sin haber cumplido los 18 aún, y tras haber vivido ya más azares que mucha gente en toda su vida, se encuentra alojado junto a Alatriste en una mancebía de Venecia junto a dos memorables personajes femeninos (la dueña y ex cortesana Livia Tagliapiera y la criada Luzietta). Y allí volverá a ocurrirle algo que le hará perder uno de los pocos trozos de inocencia que le van quedando ya. Además, ahora Íñigo llega a la edad en la que puede empezar a comprender mejor por qué Alatriste es como es, incluyendo un incidente que nos recuerda que el aviso con que comienza la saga, aquello de que no es el hombre más honesto ni el más piadoso, no está escrito en vano. Y es también cuando Íñigo comienza a sufrir cuando se distancian, y a emocionarse como un adulto cuando el capitán, a quien ya llama “mi antiguo amo”, muestra un mínimo de afecto o preocupación por él.

Así pues, a Diego Alatriste, entre Malatesta, Íñigo y la mancebía ya le pasan bastantes cosas en el terreno emocional como para encima andar matando dogos. Porque a todo esto, ¿la conspiración, qué? Pues la conspiración en sí es un nuevo ejemplo de misión minuciosamente preparada y descrita en exhaustivo detalle, marca de la casa, donde hasta cuando un cabo se desata, queda bien claro qué ha pasado y qué hay que hacer para volver a amarrarlo. La naturaleza de este libro, donde es necesario poner en situación al lector sobre el status político del momento, obliga a no pocos párrafos y diálogos explicativos, sobre todo al principio, pero una vez que se inicia el viaje desde Nápoles, la trama coge vuelo, y los pasos por la Roma monumental, la Milán amurallada y militar y la Venecia estrecha y traicionera están descritos de modo muy vívido y memorable. También marca de la casa son las escaramuzas donde se puede seguir cada finta, golpe y pensamiento fugaz, y es que “hay días en que sólo apetece escribir estocadas”, como dijo Pérez-Reverte en Twitter, donde ha ido adelantando cosas sobre la novela según la ha ido escribiendo. Al final, obviamente no va a salir todo como está previsto (eso es parte del género), pero la tensión se mantiene hasta el desenlace, precisamente porque el plan va mal cuando peor viene que vaya mal.

Tampoco falta otro de los elementos que siempre está presente en cada libro de la saga: los monólogos reflexivos de Íñigo como narrador interno. Viendo la magnificencia romana, escribe: “Me pregunté con envidia qué iba a quedar de nosotros, los españoles, con el oro y la plata de las Indias yéndose en guerras exteriores, en toros y cañas, en festejos y cacerías de reyes y nobles. Con nuestro vasto imperio disuelto en orgullo, latrocinio y miseria.” Al paso por Milán, tras ver a un viejo conocido que morirá pronto, nos dice: “Nosotros no éramos filósofos, sino hombres moviéndose por el territorio incierto y hostil de la vida (…) pues cual españoles que éramos, propios de nuestra áspera condición y nuestro siglo, el único día que podía considerarse fácil y sin inquietud era el que dejábamos atrás por ya vivido.” Y por fin, en una Venecia ladina y traicionera, pero también ocupada e industriosa, hace una observación válida cuatro siglos más tarde: “Ya habríamos querido los españoles, amos del mundo como éramos, contar entre las nuestras con una ciudad (…) donde la principal virtud ciudadana, vicios aparte, era el trabajo. Mientras que nuestro esfuerzo y el oro de los galeones se iban en quimeras que nada tenían que ver con el comercio y la prosperidad (…), nada define mejor la España de mi siglo, y la de todos, que la imagen del hidalgo pobre y miserable, muerto de hambre, que no trabaja porque es rebaje de su condición; y aunque ayuna a diario sale a la calle con espada, dándose aires.”

También están presentes los lugares comunes que uno reconoce de un libro a otro. Los ojos glaucos de Alatriste siguen siendo comparados a agua clara de los canales, el frío sigue siendo luterano, y hasta hay un nuevo personaje con “mal” en el apellido, tras Malatesta, Malacalza y Urdemalas.

Por último, hay que decir que la pregunta que suele hacerse en sagas, que si el nuevo libro puede leerse fuera de secuencia, o incluso empezar con él la lectura de la serie, yo recomendaría firmemente que no, ya que esta entrega recuerda mucho cosas que han pasado en volúmenes anteriores. O sea, que está llena de spoilers. En esto se nota que esta saga llega ya a su séptimo libro en quince años, y que por lo tanto, acumula ya muchas escenas memorables y recuerdos emocionantes que es lógico que sus personajes rememoren en sus conversaciones y en sus cicatrices, lo mismo que harían dos lectores que comparen sus experiencias alatristescas. Al fin y al cabo, estas aventuras nacieron en gran parte para conservar y recuperar la memoria de aquellos tiempos.

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