martes, 20 de diciembre de 2011

Guerra

Guerra
Sebastian Junger
Crítica, 2011

‘Guerra’ es un libro escrito por el periodista estadounidense Sebastian Junger, que escribe para la revista ‘Vanity Fair’. Es el relato de los quince meses que pasó “embedded” (“empotrado”, como se dice ahora) con tropas norteamericanas en Afganistán, entre 2007 y 2008. En concreto, estuvo en uno de los puestos más avanzados, aislados y expuestos al enemigo, en las montañas de Korengal, hecho de contrachapado y lona, sin agua corriente y con electricidad por generador de combustible, donde estaba garantizado el tirotear y ser tiroteado, el matar y, probablemente, ser muerto.

El libro, de unas 270 páginas, no analiza en absoluto las razones de la guerra o su evolución, ni tampoco toca gran cosa el conflicto desde el punto de vista afgano, excepto cuando algún detalle es importante para explicar la vida de los campamentos norteamericanos. Se concentra exclusivamente en los militares estadounidenses y en las experiencias vistas y vividas por el autor. Algunas de ellas, como ocurre en cada guerra, serían rechazadas por inverosímiles si ocurrieran en una novela o guion de cine. Por ejemplo, el hijo de un suboficial veterano muere en el primer tiroteo en el que participa, nada más llegar. Como se trata de un puesto avanzado, sin nada en absoluto que hacer excepto luchar, en periodos de tranquilidad los soldados, aburridos, se dedican a pelearse entre ellos como chavales en el cole. A veces llegan incluso a intentar provocar al enemigo para que haya tiros y tener algo que hacer. Una vez incluso se dedican a asustar a una vaca, y cuando ésta se enreda en una alambrada, la matan y pueden comer así su primera carne roja en un año. El incidente provoca la ira de los lugareños, hasta que un oficial americano tiene la idea de pagar el peso de la vaca en medicinas, comida y otros abalorios.

También resulta interesante la biografía de algunos soldados y las razones por las que se alistaron. Uno, negro, era camello en Reno (Nevada), y se alistó porque el ejército le parecía un lugar más seguro que las malas calles de los drogatas. Otro, que se peleaba físicamente con su padre a menudo, recibió un disparo de éste en el calor de una refriega, y el hijo se echó la culpa a sí mismo, diciendo que había sido en defensa propia para evitar la cárcel a su padre. Él se libró por ser menor. Muchos, de nuevo, estaban aburridos y sin horizontes. Las cuestiones morales no parecen interesarles en absoluto. Les mandan disparar y bombardear y disparan y bombardean. Al final, el único motivo para seguir haciéndolo, aparte del propio subidón de adrenalina, es el proteger en lo posible a sus compañeros. Da igual lo bien o mal que te lleves con ellos, cuando llega el momento supremo del combate, todos echan mano de su entrenamiento y de su propia capacidad de adaptación para actuar como equipo y tener más probabilidades de sobrevivir. Todos dicen que se tirarían encima de una granada para salvar a los demás. Los compañeros sustituyen a la familia como seres más queridos, y cada muerte de uno de ellos provoca reacciones de derrumbe psicológico más o menos temporal que el enemigo no causa por sí mismo.

El otro motivo de continuar en esto es para muchos la incapacidad de adaptarse a cualquier otro tipo de vida. No ya a la vida civil, en casa, con la parienta, los críos, el súper, etc, sino ni siquiera en la retaguardia, donde te sancionan por llevar la corbata torcida o unas botas que no deslumbren de limpias. Muchos de los soldados, de permiso en la base italiana de Vicenza, se meten en más líos que en el frente.

La situación sobre el terreno es un juego a tres bandas entre los militares estadounidenses, los talibanes que entran y salen entre Afganistán y Pakistán, y los civiles que quedan en medio, que a veces se inhiben y otras ayudan a uno u otro bando, y a veces a los dos. Los talibanes a veces pagan cinco dólares a chavales del lugar para que disparen rifles a la buena ventura, simplemente para tener a los soldados americanos a cubierto, ya que éstos no saben cuánta gente les dispara, o si es un francotirador experto o no. Por su parte, los americanos intentan convencer a los habitantes de las aldeas de que están allí para ayudarles, y que los talibanes nunca han hecho nada por ellos. Ganarse a alguno de ellos puede salvar vidas en forma de chivatazos sobre próximos movimientos enemigos.

Los turnos de servicio (“tours of duty”) son de 18 meses de duración, así que los puestos se acaban convirtiendo en una especie de sociedad aparte donde aparecen reglas más o menos peculiares. Está bien meterse con la madre o hermana de un soldado, pero jamás con la mujer o novia. Está bien dar tundas a los novatos o incluso a los oficiales, y el que no sepa aguantar una broma, que se vaya del pueblo. Hacen apuestas sobre quién palmará el siguiente, por jodidos que se queden cuando ocurra de verdad, y qué pondrían en su lápida. También se mencionan las costumbres masturbatorias de los soldados, e incluso algunos, entre peleas, agarrones y llaves de lucha libre, parecen al borde de intentar forzar sexualmente a alguno de sus compañeros, a falta de hembras. Uno de los soldados incluso tiene la teoría de que si no estarías dispuesto a hacer eso, es que no eres un macho de verdad.

A todo esto contribuye además el medio geográfico, unas montañas escarpadas y llenas de cuevas, huecos, refugios y abundante protección para emboscadas, donde los americanos ya entran sabiendo que han fracasado incontables imperios extranjeros a través de la historia. Hace calor asfixiante o frío extremo. Hay tarántulas, pulgas, lobos, pumas, monos y hasta “una especie de pájaro que pía exactamente igual que el proyectil de un lanzacohetes al acercarse, y los hombres no pueden evitar estremecerse cada vez que los oyen”. “El primer pelotón pasa treinta y ocho días sin poder ducharse o cambiarse de ropa, por lo que al final los uniformes están tan impregnados de sal que se aguantan de pie solos. El sudor de los hombres apesta a amoniaco porque hace tiempo que ya han quemado toda la grasa y ahora está acabando con sus músculos”. ¿Cómo aguantar la cordura en un lugar así?

Completan el libro algunas notas sobre guerras anteriores y estudios publicados sobre la situación de los militares en terreno hostil, que el autor intenta aplicar a lo que está viviendo. Su propia experiencia también aparece, como por ejemplo el dilema sobre si debe ayudar o no. ¿Debe ponerse ropa militar, debe no ya dispara, sino llevar siquiera un arma? ¿Debe acarrear munición para otros, o pasar un cargador nuevo a un soldado? ¿Cuándo empieza a comprometer su independencia periodística y comenzaría a convertirse en un combatiente más?

En algunos lugares la traducción parece poco natural, calcada del inglés original sin fijarse en cómo suena en español, pero en suma, es un libro que hace de lo micro una virtud, limitándose a contar lo que ve y alguna otra cosa que ayude a la comprensión general, que al no ser largo no tiene tiempo para decaer, y en el que si no entendemos muy bien por qué empezó o sigue todo esto desde el punto de vista político, sí lo comprendemos al menos desde el punto de vista de la fiel infantería, que es quien mata, muere, sufre y queda transformada por la experiencia.

Gracias a Endeavour por el regalo.

2 comentarios:

Sianeta dijo...

Me lo apunto.

Buena reseña ;)

endeavour dijo...

Gracias a ti Rog, hermano de sangre.

un saludo.