domingo, 16 de noviembre de 2008

Mad men (2007- )

En esta era dorada de magníficas series de televisión merece la pena rescatar del olvido los premios Emmy y prestar atención a las series que la industria estadounidense decide premiar, para así echarles un vistazo lo antes posible, aunque hoy en día no tardan tanto en llegar a España, y mucho menos si se usan medios poco legales y se apaña uno con el inglés o con subtítulos apresurados. Y la última ganadora a la mejor serie dramática del año son estos 'ad men' (publicistas, de ahí la broma que da origen al título) que trabajan en la Manhattan de 1960.

Al saber el tema, uno puede preguntarse: ¿cómo de buena puede ser y cuánto que contar puede tener una teleserie sobre anuncios de los 60? ¿No será todo una serie de chistes sobre la pinta que tenían las fotos de antes o las cancioncillas para la radio (por cierto, que a propósito de esto, en un episodio sale un anuncio para la campaña electoral de Kennedy que es verdaderamente sonrojante)? Bueno, pues la respuesta es que la serie de lo que menos va es de anuncios. Ciertamente, en cada episodio vemos durante unos minutos cómo los ejecutivos de la compañía (ficticia) se las ingenian para lidiar con los clientes que quieten anunciar turismo en Río de Janeiro, paquetes de Lucky Strike (justo cuando empiezan los primeros juicios contra las tabaqueras), acero para edificios... o laxantes. Todo esto provoca el tipo de tramas que uno espera sobre quién lo hace bien, y quién mete la pata, y quién tiene visos de ascender en la empresa, y quién tiene talento de verdad y quién es el niño de papá puesto ahí por su apellido. Pero el éxito principal de la serie radica en su exploración de las costumbres de su tiempo, vistas desde el punto de vista de una de las ciudades que más provocó la gran aceleración en los cambios en la sociedad moderna, Nueva York, y desde el punto de vista de un grupo de personas cuya labor profesional dependía (como sigue ocurriendo ahora) de saber leer con acierto la mentalidad de la gente con el fin de persuadirla para gastarse su dinero en algo que quizá necesiten o quizá no.

Por eso la fecha en que comienza la serie, 1960, no es casual en absoluto, y de hecho, aunque rara vez se nos dice en qué día exacto estamos, los guionistas tienen muy presente lo que ocurrió en aquel año, como la detención de un nazi en Sudamérica o las elecciones que enfrentaron a Kennedy contra Nixon. Los 50 no son lo mismo que los 60, y un objetivo claro de la historia parece ser contarnos el conflicto de cómo se vivía no hace tanto y cómo se fajaba cada uno con el cambio. Comienza una nueva década que dentro de poco nos traerá la revolución social del 68, una década durante la que la gente empezará a dejar de llevar sombrero (y en algunos casos hasta ropa interior), y se revolverá en contra de un estatus social que mientras por una parte parece conceder a los ciudadanos estadounidenses todo lo que desean, por la otra produce grandes desigualdades e insatisfacciones. Y esta empresa de publicidad, que se dedica a otear el horizonte y convertir la opinión pública en razones para gastar dinero, es un lugar privilegiado para observar los cambios.

Por ejemplo, la primera escena de todas tiene lugar en un bar en el que el protagonista, Don Draper, está pensando su nueva campaña para Lucky Strike (sí, antes dejaban anunciar tabaco). A su mesa viene un camarero negro con impoluta chaquetilla blanca, y Draper se pone a hablar con él buscando ideas. Cuando la conversación se extiende más de un minuto aparece el encargado de la sala excusándose por si el camarero le está molestando con su osadía. Cuando el camarero se va, Draper observa a la gente que habla animadamente en la barra del bar, todos, sin faltar uno, con un cigarrillo en la mano.

Esta escena probablemente no resulte demasiado chocante en España (lo del camarero negro sí, pero no lo de la gente fumando en la barra), pero en Estados Unidos puede verse como algo de interés casi paleontológico. En apenas unos minutos, ya tenemos dos elementos que hacen que una sociedad de hace menos de medio siglo parezca de otra era geológica: la omnipresencia del tabaco (y cómo es posible que una empresa se dedique a anunciarlo, cuando hoy está casi prohibido), y los negros en posición únicamente de servidores de los amos blancos, e incluso teniendo que dar gracias por tal privilegio.

Y eso no es todo: en escenas siguientes entraremos en la oficina, y la encontraremos llena de hombres de trajes inmaculados y cabello engominado, con sus oficinas con nombres en las puertas, mientras que el centro está lleno de secretarias sentadas a sus máquinas de escribir o sus teléfonos, todas ellas perfectamente vestidas y maquilladas. Y para decirlo rápido, se irá viendo que la oficina es un auténtico picadero: allí todo el mundo está casado, pero todo el mundo se tira a otra. U otras. O mejor dicho: todos los hombres están casados y se ligan a las secretarias solteras, que están allí mayormente a la caza de alguien que las retire. Los empleados hacen bromas verdes delante de ellas, les dan palmaditas, comentan la jugada en público (los que así quieren), y se pegan lingotazo tras lingotazo de Jack Daniel's en pleno curro. Lo que llega a beber esta gente no está escrito. Y por supuesto, nadie tiene problemas en ponerse al volante después. Y al llegar a casa con la parienta, si la cena no está lista, bronca, y si el crío molesta, una buena bofetada y santas pascuas.

Es decir, es un mundo que cada persona que lo vea reaccionará de una forma diferente, de acuerdo con su edad y costumbres. Para algunos, aquello era vida. Para otros será casi una era de bárbaros, y otros, quizá más de lo que se piensa, se verán en el medio de ambos mundos, reconociendo cosas que hizo, o le hicieron, o vio hacer hace años, o que siguen pasando o viendo pasar en casa de otros. Las reacciones críticas así lo han hecho ver, con una gente diciendo que es como ver un espejo y otros diciendo que eso no lo vieron pasar nunca.

La serie, pues, encuentra su gran interés en explorar el mito de los 'hombres como los de antes' y las 'mujeres como las de antes'. El prota, Don Draper (Jon Hamm), es de auténtico póster: morenazo, atlético, el mejor en el curro, con esposa rubia y guapa y elegante y unos críos a los que les fabrica una casa en el jardín, en camiseta blanca, pantalón con cinturón y cigarrillo en los labios, mientras a la amiga de la esposa casi se la oye salivar. En la oficina hay un pedazo de pelirroja con unos ojos picarones, un hoyuelo en la barbilla y unas curvas marilynescas que quitan el hipo (o lo dan, según). Los diseños que producen en la oficina son preciosos y todo va viento en popa en medio de gran prosperidad económica.

Pero... algo está podrido por debajo del anuncio de Coca-Cola. Don habla muy poco de sí mismo (por algo será, pensamos, y por supuesto, se acaba sabiendo que por algo es), su esposa no está contenta (y recurre a una novedad llamada psicoanálisis), la pelirroja caza hombres cuando quiere y a los que quiere, pero no parece saber qué quiere en realidad (y además, uno sospecha que ese comportamiento de vampiresa esconde también sus inseguridades), el hijo de papá no deja de frustrarse y complotar, el jefe cada vez bebe y fuma más con la eterna excusa de que su abuelo vivió hasta los 95... y así sucesivamente. El mito de la gente de antes, callada, sufrida y dura, que tiraba para adelante sin pamplinas empieza a resquebrajarse, y cuando se ve más acusadamente es a partir de esta época de los 60. En tiempos anteriores, más pobres, no había otro remedio, pero ahora que la gente a la que se ve en la serie tiene lo básico cubierto, desean más, desean una felicidad que lo material no les da. Y esa batalla la tendrá que lidiar cada uno.

Y bueno, por si fuera poco todo esto, la recomienda Javier Marías:

http://www.elpais.com/articulo/portada/Siglos/desperdicio/elpepusoceps/20080727elpepspor_6/Tes

2 comentarios:

Katha dijo...

Hola Rogorn,

Como ya te dije la primera vez, me encantan tus comentarios. Lo cierto es que entran ganas de ver la serie y todo :-)

Saludos,

Rogorn dijo...

Hazlo y no te arrepentirás. Y no te olvides de comentarla luego.
Gracias.