sábado, 21 de junio de 2008

Centauros del desierto (1956)


La revista 'Acción' está eligiendo las cien mejores películas de la historia de acuerdo con los votos de sus lectores, y una que está apareciendo mucho es 'Centauros del desierto', una de esas que se oyen siempre como muy famosas, pero que yo no había visto hasta ahora. Cada uno seguramente es hijo de su época en cuestiones de cine, y cuando habla de sus favoritas se le nota la edad. Después, cómo se reaccione a los clásicos antiguos es cosa de cada uno. Por ejemplo, al ver esta película, yo no puedo dejar de fijarme en lo malas que son las escenas de acción, sobre todo los tiroteos, o en lo mal que actúa Jeffrey Hunter, el compañero de John Wayne en la búsqueda. También hay que decir, y hasta muchos cinéfilos lo reconocen, que la acción más o menos paralela de la novia del tal Hunter deja bastante que desear. No sé si está ahí sólo para aliviar un tanto la intensidad de los temas principales, pero hay veces que estorba un tanto. Quizá sólo intente reflejar que en los cinco años que dura la acción hay, como en toda vida, momentos trágicos mezclados con alegres o simplemente fuera de toda etiqueta.


Por lo demás, a mí me ha parecido tremendamente interesante, porque el protagonista es un héroe que lleva a cabo una gran hazaña, pero que tiene varios fallos de personalidad, visto desde la correción política de hoy. Es profundamente racista contra los indios, bastante sobrao con los mejicanos, desprecia a los demás, les restriega la razón cuando la tiene (y el guión dice que la tiene siempre), e impone su forma de pensar al grupo a base de ignorar las opiniones de otros. Es un western ya un tanto tardío, de 1956, y tanto John Ford, el director, como John Wayne, el protagonista, sabían exactamente lo que hacían al presentar un personaje así. Wayne, que a pesar de tanto matar indios en sus películas, nunca fue racista, se jugaba la reputación, y le salió un personaje que muchos dicen que es el mejor de su carrera. De hecho, le puso Ethan a un hijo suyo en honor al Ethan Edwards de la película.


Sin embargo, a Ethan no se lo puede tachar de 'racista' así como así y dejar el tema zanjado tan simplemente. Los comanches mataron a su madre de niño y luego, durante la película, matan a su hermano y raptan a sus dos sobrinas, a las que se dedica a buscar (de ahí el título original, 'The searchers', 'Los buscadores'). Varias veces durante el diálogo se despacha a gusto contra los indios, pero habría que ver cómo reaccionaría cualquiera con algo así en su pasado. Incluso su compañero de búsqueda, Martin Pawley, el que tan mal actúa, recibe continuos latigazos verbales por tener una octava parte de sangre india. Sus intensos ojos azules y el haberse criado de toda la vida junto a los Edwards no le sirve para librarse de la desconfianza de Ethan. Así pues, éste no es más que un hijo de su tiempo, de cuando estas cosas significaban vida o muerte para ti y los tuyos. Presentarlo así tal cual casi un siglo más tarde, justo antes de la gran revolución racial en Estados Unidos, es muy valiente.


(Spoiler importante) La búsqueda de las sobrinas dura nada menos que cinco años, y cuando al final se halla a la menor, nos enteramos de que Ethan, desde el principio, quería encontrarla no para salvarla sino para matarla, por considerarla indigna tras haber vivido tanto tiempo entre indios, a tal punto llega su odio contra ellos. Al final, revólver en mano, cambia de opinión, y culmina la hazaña entregándola en brazos a su familia, como dijo que haría, y desapareciendo en el horizonte. De modo que ¿qué tenemos aquí? ¿Una cobardía por parte de un guión que al final se raja en el momento importante, o la lección moral que buscábamos? Seguramente Ethan nunca dejó de pensar como pensaba, pero al menos tiene la decencia de no llevar sus prejuicios a un punto demasiado lejano. Indica la importancia de los matices y de distinguir que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Si suena alatristesco es porque lo es. Arturo Pérez-Reverte siempre ha demostrado gran afición por los westerns donde había tíos-tíos, y en especial por el tándem Ford-Wayne, que hicieron 14 películas juntos:


"A ver si nos aclaramos con el concepto. Cariños. ¿Hotel qué? ¿Glamour? No me fastidien. Plis.Usarlo en semejante contexto infame es insultar a los cinéfilos de toda la vida. El glamour es otra cosa, niños y niñas, señoras y señores. A ver si nos enteramos de una puta vez. Glamour, tomen nota, es Audrey Hepburn elegantísima, descalza y con los zapatos en la mano, delante del escaparate de Tiffany's en ‘Desayuno con diamantes’. Glamour es Rita Hayworth llevándose a los labios entreabiertos, con mano temblorosa, el cigarrillo que le enciende Orson Welles en ‘La dama de Shangai’, o quitándose un guante frente a Glenn Ford en ‘Gilda’. John Wayne recortado en la puerta del rancho de ‘Centauros del desierto’, o con la camisa mojada, besando a Maureen O'Hara en ‘El hombre tranquilo’. Lauren Bacall contoneándose con la música del piano al ir al encuentro de Bogart en la última secuencia de ‘Tener o no tener’. Marlene Dietrich usando como espejo para maquillarse el sable del oficial que manda su piquete de ejecución en ‘Fatalidad’. Ava Gardner bailando en la playa con los criados mejicanos en ‘La noche de la iguana’. Greta Garbo dejándose robar las perlas por John Barrymore en ‘Gran Hotel’. Kim Novak en ‘Picnic’. Etcétera. Eso es glamour, y lo otro es Hotel Caspa. A ver si nos enteramos. Imbéciles. Suenan el piano de Fito Páez y la voz perfecta de Ana Belén, y en la pared hay un cartel donde John Wayne, recortado en la puerta del rancho de ‘Centauros del desierto’, está parado de espaldas, cruzando los brazos en esa postura chulesca con la que rendía homenaje a Harry Carey padre, el que fue vaquero antes que actor y amigo del viejo Ford. Y creo que es cierto. Que, a diferencia del de ahora, el cine de antes era una gran mentira maravillosa. Y que sólo las grandes mentiras sobreviven y te erizan la piel y se convierten en leyenda."

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