martes, 5 de agosto de 2008

Deadwood (2004-2006)

Otra enorme serie de la factoría HBO, que está renovando la televisión por completo en esta última década. Es una pena que se haya acabado tras sólo tres temporadas, y ni siquiera los rumores de que podría haber un par de películas para cerrar la historia parecen confirmarse. Así que nos quedamos como cualquiera de los pobres desgraciados que acaban sirviendo de alimento para los cerdos de Mr Wu: sin saber qué pasa después.

Deadwood es un pueblo de pioneros, frontera minera pura, metida entre los indios que acaban de zurrarle la badana al general Custer y el séptimo de caballería en 1876. El territorio es tan salvaje que aún no es siquiera parte de los Estados Unidos, y no hay sheriff ni más ley que la costumbre y la que se haga cada uno mientras busca oro o busca cómo hacerse con el que otros encuentran. Y de esto hace sólo apenas 130 años. Siguiendo el esquema HBO de temporadas la mitad de largas (12-13 capítulos cada una) pero mucho más cuidadas, en 'Deadwood' encontramos un retrato del Oeste alejado de los colorines, la ropa impoluta y la leyenda romántica. Aquí todo es marrón, en la madera, en la ropa, en los caballos... y lo que dejan por el suelo. Todo es sucio, usado, gastado, pero vivo y en ebullición, porque hay demasiado que hacer para ponerse a limpiar.

Junto a personajes famosos auténticos como Wild Bill Hickok o Calamity Jane encontramos toda una galería de tipos cada uno más cabrito que el anterior, liderados por un auténtico impagable: el dueño del bareto local, Al Swearengen, interpretado por el veterano británico Ian McShane, un tío manipulador, taquero (Swear-engine, lo llamo yo), sibilino y cruel capaz de lo que sea por mantener a los parroquianos bebiendo y tirándose a las prostitutas de su local, mientras intenta detener el inevitable progreso que un día los burócratas vendrán a traer, junto con el fin de su tenderete. Él es el personaje-firma de la serie, pero a su sombra hay auténticas joyas. La Juana Calamidad de Robin Weigert es una auténtica máquina borracha de soltar tacos. Timothy Olyphant compone un sheriff de cabreo fácil que mete miedo con la mirada. Y todos los demás son personajes que, como en la vida real, y más en una situación de frontera como ésta, no son ni buenos ni malos sino todo lo contrario. Llegar vivo al final del día ya es un triunfo, y cada uno se busca el rancho como puede.

Ya he mencionado que una de las cosas que llaman la atención es la gran cantidad de tacos que se dicen. Hay quien lo ha medido en 2980 'fuck' o derivados, o sea, a uno y medio por minuto. Obviamente, pueden hacerlo en el país de la corrección política porque la serie la produce una cadena de pago, pero ha habido quien a raíz de esta serie ha pedido extender a ellas las estrictas normas de las públicas. Sin embargo, a mí me parece más interesante el uso del idioma, la otra característica notable del guión, que se pierde, supongo, en la versión española. A los traductores de esta serie no les envidio para nada el laburo, porque, tacos aparte (que el español tiene muchos y buenos, pero tienen más de cuatro letras y necesitan tiempo para meterlos en las frases), la mayoría del diálogo es bastante enrevesado y hasta barroco. Un crítico dice que usan 'veinte palabras cuando bastan cinco', y lleva un rato acostumbrarse, ya que no sabes si es en tono paródico o qué. Pero una vez que te acostumbras, es como ver a Toby Ziegler y Josh Lyman ("Láiman") arreglando el mundo en los pasillos de la Casa Blanca o a Tony Soprano y Christopher Moltisanti llamando al capacollo 'gabbagul' o a la mozzarella 'mudsarel'. Tiene su propio ritmo, pero esto hace que a veces el guión oscurezca un tanto lo que ocurre, y no se sepa muy bién por qué algunos personajes hacen lo que hacen. Supongo que no quieren darlo todo demasiado masticado.

Y en fin, me permito terminar con la recomendación de Arturo Pérez-Reverte:

"Desde hace diez o doce años tengo la sana costumbre de calzarme cada noche, después de cenar, una película en deuvedé o en vídeo. En realidad lo de una película por noche es inexacto, pues a veces despacho dos y hasta tres, cuando se trata de capítulos de series televisivas a las que soy adicto, como 'Los Soprano', 'El ala oeste de la Casa Blanca', o un reciente descubrimiento que todavía me tiene turulato tras zumbarme íntegras, en sólo semana y media, sus dos primeras temporadas: la serie sobre el nacimiento y avatares de un pueblo minero del Oeste americano titulada 'Deadwood'; que es, después de 'Sin perdón' de Clint Eastwood, lo mejor que he visto sobre el género desde que, de pequeño, tuve el privilegio –ya no hay privilegios así– de ver en el cine, comiendo pipas, 'Río Bravo', 'El hombre que mató a Liberty Valance' y las otras obras maestras del abuelo John Ford."

1 comentario:

Lal dijo...

A esta le tengo yo ganas hace tiempo... no tardara en caer!