domingo, 14 de noviembre de 2010

Enrique VIII: El rey y la corte de los Tudor

Enrique VIII: El rey y la corte de los Tudor
Alison Weir
Ariel

El otro día vi en una tienda este libro, con su portada con la foto de Jonathan Rhys Meyers, el actor que encarna al rey Enrique VIII de Inglaterra en la teleserie 'Los Tudor', y al leer el nombre de la autora, Alison Weir (pronúnciese "Wíer"), me di cuenta de que debía ser una traducción del 'Henry VIII: King and court' que escribió en el año 2000. No he leído la versión española (creo que ya existía desde 2003, aunque seguramente se ha reeditado ahora alargando el título y aprovechando el tirón de la serie), pero sí la original inglesa, así que aprovecho para reseñar y recomendar esta obra encarecidamente.

Obviamente, lo bueno que tienen los libros de historia es que anuncian desde el principio de qué van, así que cada uno de ellos y quienes estén interesados en él se atraen mutuamente. Así que quien coja este entre sus manos hará bien en llevárselo, porque hace exactamente lo que pone en la portada: describe no sólo la vida de Enrique VIII, sino cómo era su corte, con todo el detalle que es posible conocer a través de los documentos que nos han llegado. Nada menos que un tercio del libro está dedicado a esta descripción, con lo cual quien tenga interés en la vida real y cotidiana de la corte "henrician", o quien se haya quedado prendado de los magníficos ropajes y lujosa ambientación de los retratos y la serie podrá saber exactamente cómo eran las cosas. He de indicar además, que tras haber visto dicha serie, he notado en ella varios detalles y hasta frases completas que había leído antes en este libro, con lo que no me queda ninguna duda de que los guionistas lo han utilizado profusamente como guía y fuente de ideas. Está la naranja del cardenal, el accidente con la pértiga, la herida en la pierna que supuró toda su vida, etc, etc.

La corte de Enrique VIII era grande, ruidosa, glotona, caótica, maloliente y con una extraña mezcla de formalidad y casi hooliganismo procedente de la abundancia de jóvenes de buena familia que no sabían estar quietos, y que como se aburrían en seguida (entre ellos el propio Enrique), organizaban cazas, justas, divertimentos, juergas y bailes continuamente. Los ropajes eran tan espléndidos como aparecen en los retratos y películas, pero la higiene era la típica del siglo XVI, y limpiar y hacer oler bien las cosas (o meramente no oler) era una batalla perdida. En cualquier residencia en que estuviera el rey en un momento dado, siempre había entre 800 y 1500 personas, que comían y se alojaban con cargo al monarca, o sea, con cargo a los que pagaban sus impuestos. Cualquiera que fuera bien vestido podía colarse sin problema y a pesar de continuas broncas reales, el problema de cómo domesticar tanto a nobles como a plebeyos no se llegó a resolver del todo nunca.

A veces la mejor guía que puede haber sobre una sociedad son las leyes que se promulgan, y entre las de este tiempo las había prohibiendo estar desnudo en las cocinas, mear en las chimeneas y dejar platos encima de la cama del rey. Si esto llegaba a mencionarse en una ley, es que ocurría, y a menudo. La sensación que siempre me han dado estos relatos de cortes tan numerosas es que lejos de ser un modelo de cortesías y exquisiteces como gustan de aparecen en las pantallas modernas, aquello debía de ser una especie de boda, despedida de soltero y fiesta de disfraces todo junto. Tendría sus momentos solemnes, que se observarían respetuosamente, pero tras el aburrimiento de la parte más formal del día, aquello debía de ser un despiporre de bastante consideración. Hay varios relatos que describen al rey tirando cachos de comida para enredar con sus invitados, como si fuera un guaje, y también de ponerse a ayudar a servir. Da la impresión de que de no haber sido el rey, Enrique habría sido el mayor juerguista del reino (y aún eso tampoco se le dio mal del todo). También da la impresión, para ser justos, de que una vez que él sabía que era el responsable último de lo que pasaba su propia casa, la tenía todo lo controlada que la podía llegar a tener, a base sobre todo de mal genio.

En todo esto, por supuesto, se nota la personalidad del rey que está en el centro del espectáculo. Enrique era grande, robusto, fortachón de joven y obeso mórbido de mayor. No estaba destinado al trono, al no ser el hijo mayor de Enrique VII, pero tras la muerte de su hermano Arturo, se convirtió en heredero, y en rey a los 17 años. En su tiempo el rey reinaba y gobernaba, y él siempre dejó claro que lo iba a hacer en persona y ejerciendo para ello todos los recursos a su alcance, desde dar o retirar nombramientos, tierras y prebendas hasta declarar guerras o decretar penas de muerte que alcanzaron a ministros, enemigos, dudosos y, como es conocido, a esposas suyas. "No hay cabeza en el reino tan noble que no pueda hacerla volar", decía.

Recibió la mejor educación disponible en su tiempo y aunque no era una rata de biblioteca, era despierto, aprendía en seguida lo que le interesaba y desarrollaba sus propias opiniones con fuerte personalidad. Aunque escogía a muchos de sus acompañantes en razón a lo que se divirtiera con ellos, en plan amigotes con los que te mola estar, también tenía buen olfato para la gente que valía para las tareas de gobierno, fuera de la clase social que fuese, pero las decisiones finales se las reservaba celosamente: "Si mi gorro se enterara de mis planes, lo tiraría al fuego", solía decir. Y de él se decía: "Cuidado con lo que le metes en la cabeza, porque nunca se lo podrás volver a sacar".

La parte de la biografía está muy bien, contada en escrupuloso orden cronológico para saber cuál era el estado exacto de la situación cuando se tomaron tales o cuales decisiones sin que lo que pasó después influya en la imagen. Estamos hablando de la vida de alguien que rompió con una religión milenaria, tuvo guerras dentro y fuera del país y se casó seis veces, así que no falta materia que contar. Pero la parte que me parece más meritoria es ese primer tercio de descripción de la corte. Algún que otro detalle se llega a hacer demasiado prolijo, como por ejemplo las decoraciones de los palacios o las telas de los vestidos, pero merece la pena leer cada palabra, porque se obtiene así el efecto preciso de una corte recargada, opresiva, repolluda, donde todo lo que se podía dorar se doraba, hasta la repostería, para demostrar opulencia. Además, todo el mundo estaba junto todo el día y toda la noche, y donde hay confianza acaba dando asco. El rey no estaba solo nunca, y es más, había personas cuyo único empleo era estar con él, alguna de las cuales se encargaba exclusivamente de ayudarle cuando iba a hacer de vientre e informar de cualquier problema al respecto. Otras cosas o documentos no habrán sobrevivido, pero sí el que nos informa de la noche en que sintiéndose aún más estreñido de lo normal (con la dieta que se metía no era extraño), se tomó un laxante y se levantó a aliviarse a las dos de la noche.

En fin, si la marca de excelencia de un libro de historia es llegar no sólo a quienes están interesados en el tema que tratan, sino a una mayor parte del público en general, éste la lleva. Además, teniendo en cuenta la complejidad del personaje y de la corte del momento, es uno de los libros mejor redactados que he leído nunca, y precisamente porque su estilo es no tenerlo, sino dejar que las citas, los decorados, las costumbres y las acciones de los protagonistas hablen por sí mismas. Weir no es la típica historiadora que escribe protegida por una cátedra o un trabajo de investigadora u profesora: no trabaja en nada relacionado con la historia, así que la única forma en que puede vender sus libros está en lo bien documentados y escritos que estén, y desde 1991 ha publicado trece sobre la realeza británica del Medievo y Renacimiento (Leonor de Aquitania, la Guerra de las Rosas, María de Escocia, Isabel I, etc, incluso uno sobre las seis esposas del propio Enrique VIII, que sirve de compañía perfecta a este volumen).

Espero que todo el mundo habrá pasado alguna vez la grata experiencia de tener un buen guía en un museo, o una exposición, o un viaje y haber disfrutado de su buen hacer, a la vez que se aprendía un montón. Pues eso es exactamente este libro.

6 comentarios:

Kaken dijo...

Mañana iré a por el, me encanta.
Leí el que recomendaste sobre Roma y acertaste de pleno.
Gracias¡

Remolina dijo...

De esta autora me regalaste tú uno Ro, el de "The princes in the tower" y estaba genial, así que este lo pongo en la lista de pendientes también.

Lenka dijo...

Le robé a mi padre un libro titulado "Escándalos de la realeza" que, por el nombre, puede parecer una tontuna, una recopliación de cotilleos de alcoba y chorradas por el estilo, pero que no lo es. Tampoco es que sea un libro de historia, vaya. Más bien es un mazazo a reyes, nobles y papas, contado con gracia y retranca, en el que se desvelan grandezas y miserias de toda esta peña que aparece retratada en los museos y cuyas vidas (lo más heroico, al menos) nos estudiábamos en clase.

Al final todos salen pelín malparaos, porque el que no era un zampabollos sin sesera era un putero desaforao, o una completa imbécil o una víbora sin entrañas. Te enteras de manías raras, ataques de genio explosivo, excentricidades, conspiraciones y abusos de todo tipo. Es un retrato de megalomaníacos, envidiosos, prepotentes, inútiles y psicóticos totales. También te cuenta, por ejemplo, que si bien Catalina la Grande trascendió sobre todo por su voracidad vaginal (ya se sabe, la historia siempre ha sido machista), fue una tipa competente, lista y capaz, y nunca dejó que se le mezclaran las sábanas con el trabajo (cosa que, curiosamente, sí les pasó a no pocos gobernantes hombres, pero eso no se suele contar, que ya se sabe que las tontitas sensibleras somos nosotras).

El libro es muy divertido de leer, y se ve que está bien documentado, porque, curiosamente, yo iba reconociendo en Los Tudor (la serie) montones de situaciones y frases textuales que había leído antes en él (lo dicho, para no ser exactamente un libro de historia la cosa tiene su mérito). Imagino que sus capítulos sobre Enrique VIII deben ser la versión circense (pero veraz) de este que nos recomiendas tú.

Una cosa que siempre he pensado al ver pelis y series históricas es lo bonito que nos lo pintan en comparación con cómo debió ser (por ejemplo, en el tema de la higiene que comentas). Claro, entiendo que si nos lo plasmaran tal cual nadie vería dichas series y pelis por puro ascazo. Y que siempre nos será más fácil entender (con nuestra mentalidad actual) que tuviera mucho éxito un señor con la boquita de piñón del Jonathan que con la papada del Enrique de los cuadros, por mucho rey que fuera. Aunque en el fondo siento curiosidad por ver cómo sería una peli lo bastante osada como para transmitir aquello, con su mugre y su falta de glamour (visto desde hoy).

Porque, por ejemplo, la serie está muy bien hecha, y muy bien documentada, no se puede negar (y encima tiene una banda sonora que mola un huevo, no me la saco de la mollera ni a tiros), pero a veces parece que pierden muuuucho tiempo en tontás sin importancia (como dice el Trasto muerto risa, Los Tudor es una serie cuyo argumento sería: "esto es un rey que va por un pasillo, se cruza con una criada, a ella se le cae un pañuelo y de la que se agacha a recogerlo el rey se la tira") que acaban alargando las cosas mucho (hubo una temporada en la que juré que si alguien volvía a entrar en la celda de Moro a preguntarle por qué no firmaba la jodía reforma, lo mataba yo pa ganar tiempo y avanzar en la trama).

Y últimamente se producen situaciones bastante risibles, como que Enrique parece el hermano pequeño de su propia hija María. O que te partes viéndole con su amigo del alma (que tovía está más buenorro que él) comentando lo viejos que están, para, en la escena siguiente, ver a Enrique sudoroso cual semental árabe tras un polvazo con una adolescente, luciendo una tableta chocolate que no es normal. XD Que si son así los viejos, yo quiero tres.

Pero bueno, que me lío. Que el libro tiene una pintaza. Y que la autora debe estar dando palmas de lo bien que le ha venido el tirón de la serie. Si sirve pa vender un buen libro, genial. Yo me lo apunto.

Rogorn dijo...

K, éste no es tan guía-turístico como el otro, pero se aprende mucho. ¡Tenían hasta un Amigo Invisible por San Valentín!

R, todo lo de la Weir está muy bien. Otro excepcional suyo es su biografía de Leonor de Aquitania.

L, yo siempre he pensado que si pudiéramos ver algunas cosas del pasao nos parecerían absolutamente ridículas. Por ejemplo, muchos caballeros montaban mulas en vez de caballos, porque los caballos eran tan abundantes y accesibles como los Ferrari hoy en día. Además, casi siempre iban montados a la guerra, pero luchaban a pie. ¡No me vayan a rayar el capó a la mula! :D

Lenka dijo...

Sí, me consta lo de las mulas. Por eso con muchas pelis históricas me tiro por los suelos. Pase que te los saquen a todos bellos, limpios, con los dientes ferpectos, montaos en hermosos corceles... en fin. Vale. Me fastidia más cuando se las dan de feministas, de respetuosos con los extranjeros/herejes/infieles/criados/campesinos, o cuando te cuentan la milonga de que cambiaron a una molinera por una duquesa y coló.

Hay peña que se molesta en escribir libracos estupendos con pila de datos sobre casi cualquier época que se te ocurra. Molaría que se consultaran más. Pero vamos a lo de siempre, no quedaría políticamente correcto.

Mira, una cosa que me flipa, por ejemplo, con el tema "tías". Ahora está de moda que las Cenicientas, Lady Mariams y Ginebras entren en combate y metan unas leches como panes (ya ves tú, y luego a nadie se le ocurre hacer pelis sobre la jodía monja alférez o las mujeres corsarias que en la historia fueron, por ejemplo). Y luego te hacen una peli "de ahora" y casi siempre la tía es un florero sin más, o la mujer del prota que muere namás empezar, o un cacho carne directamente.

O sea, te largan una historia medieval llena de romanticismo y besos de tornillo, y luego en una "actual" no hay tipa a la que no violen, secuestren, apalicen, maten o llamen "zorra" seiscientas veces. Nontiendoná.

XD

Remolina dijo...

Ah, pues tengo que mirar ese de Leonor de Aquitania que me dices.

¡Dios! mi lista de libros pendientes es tan larga que no creo que pueda leerlos todos nunca.