Cuando Shane desapareció de nuestras vidas lo pasé muy
mal, la verdad. A pesar de que me desgañité aquella noche gritándole con toda
mi alma que volviera con nosotros, él siguió alejándose sin siquiera mirar
atrás, y yo no podía comprenderlo. Pero ¿qué quieren ustedes? Yo solo tenía
ocho años, y el amor de un crío es extremo y egoísta: cuando quiere algo o a
alguien, lo quiere con toda su pasión y con todas sus ansias de tenerlo para sí
para siempre, caiga quien caiga. Yo ya tenía un padre estupendo, pero también
quería a Shane en casa. Quizá ahora lo entienda mejor, pero tras tantos años,
¿quién sabe cómo se ha deformado la memoria de las cosas?
Shane había llegado a nuestras vidas en un momento muy
delicado. Nuestra familia y nuestros vecinos tenían enemigos poderosos que
amenazaban nuestro modo de ganarnos el pan e incluso nuestra propia vida. Él
apareció un día con su seguridad en sí mismo y con su tranquila negativa a
rendirse ante nadie, y cambió por completo nuestra existencia. Al principio nos
ayudó en las duras labores de la casa: un recuerdo mío fijo e imborrable es
aquella vez en que había que mover un gigantesco tocón de árbol con el que mi
padre no podía él solo, y Shane se quitó la camisa, dejando el torso al aire (siempre
fue pulcro hasta para eso, mientras que mi padre era de la opinión de que “lo
que quita el frío quita el calor” y se dejó la suya puesta) y entre los dos por
fin lo consiguieron tras un día entero de esfuerzo y sudor honesto.
También recuerdo, porque lo vi desde un rincón, a Shane
ir a comprarse ropa nueva tras el largo camino sin equipaje que había hecho
hasta nuestros lugares. Fue ahí donde, de esa manera extraña, intuitiva e
imprecisa en que piensa un niño, empezó a formarse mi impresión de que Shane era
diferente, y de que los demás lo trataban diferente. Siempre iba impecable,
perfectamente afeitado y peinado, y aunque hubiera estado trabajando durante
días, siempre vestía con una limpieza y donaire que provocaba en gente menos tolerante
la impresión de que no era lo suficientemente rudo o varonil. Eso quedó
confirmado cuando uno de nuestros enemigos, Chris Calloway, viéndolo tan
atildado en el bar, en medio de su cuadrilla de gente pendenciera y desaseada,
le tiró el whisky por encima de la camisa azul nueva, diciéndole que “oliera a
hombre”. Shane se fue de allí sin más, aun a riesgo de dejar una falsa impresión
de cobardía en los demás, nosotros incluidos hasta cierto punto, he de
admitirlo. Pero cuando volvió al bar la vez siguiente y Chris se puso flamenco
otra vez (“¿Te crees que vienes aquí a beber con los hombres?”), se ganó un whisky
a la camisa, otro a la cara y un hostión con la derecha. Cuando a Shane lo
agarraron entre seis, mi padre no dudó en ayudarlo a estacazos. Y es que arrancar
tocones y pelear juntos en bares une mucho.
Cuanto más conocido se iba haciendo Shane en nuestra
parte del mundo, más empezaron las habladurías sobre él. ¿De dónde venía?
¿Adónde iba? ¿Tenía novia o esposa, y por qué no? ¿Qué pasaba por las noches en
nuestra casa entre él, mi padre y mi madre? Al principio yo pensaba que era
todo envidia, porque el héroe local vivía con nosotros en lugar de en otro
sitio, pero cuando fui creciendo aprendí más sobre el amor y el deseo, y
también que la única manera de expresarlo no es la de “chico conoce a chica”.
Shane en eso siempre fue un enigma para todo el pueblo, y su ademán misterioso
y taciturno, de auténtico “strong, silent type” contribuía a eso. Ni se le
pedían explicaciones a la cara ni él las dio nunca. Por mi parte, yo ahora me
veo reducido a intentar resolverlo entre recuerdos deformados de miradas a
hurtadillas entre los tres, que ahora cobran nuevo significado. Desde luego,
fue mi padre quien le invitó a quedarse, y fue mi madre, con intuición de madre
y de mujer, quien me advirtió de que no me encariñara con él, porque algún día
se iría. También recuerdo, ahora incluso con vergüenza, preguntarle a mi madre
con todo el morro si le gustaba Shane, en mi ansia de retenerlo. Si, como dicen
algunos, había algo más que amistad entre él y mi padre, ¿por qué bailó aquel 4
de julio con mi madre? Si, como decían otros, había algo más que agradecimiento
entre él y mi madre, ¿por qué cuando mi padre quiso enfrentarse directamente a
nuestros enemigos, Shane se lo impidió primero con buenas razones y luego a
puñetazos? Mi padre seguramente habría resultado muerto en la confrontación y Shane
podría haberse quedado con mi madre, conmigo y con la casa.
[Esto se escribió para el concurso Historias Con Orgullo, de zendalibros.com, sugerido por unos mensajes de Arturo Pérez-Reverte en Twitter: "Gracias por la agradable tarde cinéfila. Lola cierra el bar. Me voy a ver otra vez 'Raíces profundas'. Quiero comprobar una teoría que discutí el otro dia con mi amigo el argentino Jorge Fernández Díaz: un visionado gay de 'Raíces profundas'. Imaginen ver la peli pensando que Shane (Alan Ladd) es homosexual. Todo cambia de sentido. El tocón de árbol con Van Heflin, la mujer, por qué no se queda con ellos, y otras cosas que no mencionaré. Échenle un vistazo desde esa óptica, y me cuentan. Sale una peli distinta. Sé que es una gilipolllez. Pero es una gilipollez interesante. Curiosa. Otro día les cuento mis impresiones, si logro verla así. Fue un placer la tarde. Gracias por la grata compañía peliculera. Clic."]
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