domingo, 13 de febrero de 2011

La chispa (literal) de la revolución

La historia de cómo empezó la Primera Guerra Mundial es conocida: el chófer del archiduque Francisco Fernando se salió de su ruta equivocándose de calle en Sarajevo, y por accidente se encontraron con el activista Gavrilo Princip, que aprovechó la oportunidad para matarlo. Posiblemente habría habido guerra de todas formas, pero aquello ocurrió así porque las circunstancias, lejanas y próximas, convergieron todas juntas el 28 de junio de 1914.

El 17 de diciembre de 2010 Mohamed Buazizi (Bouazizi, transcrito a la francesa), de 26 años, salió de su modesta casa en el pueblo de Sidi Buzid, de 40.000 habitantes, en el polvoriento centro de Túnez, con su carretilla llena de frutas y verduras para vender en el mercado, como llevaba haciendo desde los diez años. Estaba preocupado, porque tenía una deuda, la astronómica cantidad de 180 euros, y pensaba que jamás lograría el sueño dorado de su vida: una furgoneta para dejar de tener que tirar de carretilla. Así que tenía que vender su mercancía como fuera.

Una vez en el mercado, al poco se le presentó una inspectora municipal, Faida Hamdi, de 45 años, que le confiscó sus frutas y verduras por no tener permiso de venta en regla. Según dicen otros vendedores, en el pueblo hay tres posibilidades en estos casos: salir corriendo, abandonando tu mercancía, pagar la multa oficial, que equivale a varios días de recaudación, o llegar a un acuerdo extraoficial con los inspectores. O sea, sobornos. Mohamed decidió que aquel día, mira tú por dónde, no iba a hacer ninguna de las tres cosas. Cuando intentó evitar que le cogieran las manzanas, la inpectora le pegó una bofetada. Según testigos, también le escupieron, le derribaron la carretilla y la balanza, y los ayudantes de la inspectora le pegaron.

Mohamed, que según su propia hermana nunca ha sido tampoco un angelito ni un abnegado mártir, se cabreó, se fue a la oficina municipal a unas calles de allí y exigió que le devolvieran sus cosas. Le volvieron a sacudir. Entonces, se fue al gobierno regional, donde esta vez no le pegaron, pero sí que le dijeron que nones. Y que de ver al gobernador en persona, menos todavía. Nadie le prestó atención cuando dijo: "Como no me vea, me prendo fuego". Menos de una hora después del comienzo del incidente, a las once y media de la mañana, Mohamed volvió con un par de botellas de disolvente de pintura, se las echó por encima, pidió por última vez ver al gobernador, y se prendió fuego, como dijo que haría. Se quemó gravemente el noventa por ciento del cuerpo. En el hospital local poco pudieron hacer por él, y lo llevaron a la ciudad grande más cercana, Sfax.

Mientras, medio pueblo se congregó frente al edificio del gobierno, donde la policía agravó el problema más que solucionarlo. Cinco días después, durante una manifestación en el mismo sitio, un hombre de 22 años se suicidó electrocutándose, mientras gritaba "¡No a la miseria! ¡No al paro!". Las protestas, azuzadas a través de internet, empezaron a aumentar por todo el país. La policía empezó a disparar contra los manifestantes, provocando aún más muertos.

A todo esto, Mohamed no había fallecido. Viendo que se estaba convirtiendo en un símbolo, lo llevaron al mejor hospital del país, en la capital, y el presidente de la nación lo visitó, todo compungido. Acabó muriendo el 4 de enero, dieciocho días después del incidente. Su funeral fue multitudinario. El fin de semana siguiente, veinticuatro personas murieron a disparos de la policía durante más protestas. El presidente huyó del país, y en vez de sus fotos, la gente empezó a llevar retratos de Mohamed. El resto ya lo conocemos: la revuelta se extendió a otros cuatro países, donde más gente igual, quizá también llamada Mohamed, ha estado viviendo de la misma forma que él.

Ahora se ha convertido en un mártir, y puede que la realidad se distorsione un poco, aunque hoy en día sea más difícil colar trolas, al menos mientras haya quien siga haciendo preguntas. Por ejemplo, en alguna parte se dijo que Mohamed era un universitario licenciado en informática, convirtiendo la historia en la típica de falta de oportunidades incluso para la gente sobradamente preparada que se esfuerza en superarse a sí misma. En realidad, Mohamed dejó el colegio a los 14 años.

También en realidad, aunque lo de los inspectores lleva pasando toda la vida (menciones a la corrupción en el país han aparecido en los cables filtrados en WikiLeaks), a Mohamed sólo se le saltó el fusible el día en que una mujer le pegó una torta en público, así que su día de cólera quizá tuvo que ver más con eso que con otras cosas. Lo cual no quita, obviamente, para aceptar que la realidad de las vidas de mucha gente en muchos países estaban lo suficientemente mal como para haberse llegado al mismo resultado por otro camino, y que si por una torta se provoca una revolución, es que se veía de venir.

Y también en realidad, el villano del asunto era hasta ahora un símbolo de progreso: soltera en un mundo machista y con un trabajo "de hombre", que ha acabado en la cárcel "para su propia protección". Mientras, se está preparando una película sobre Mohamed, un kuwaití ha ofrecido diez mil dólares por su carretilla, y se dice que una plaza en París podría llevar su nombre.

Como dice hoy Manuel Vicent en 'El País Semanal', "en la antigüedad se derrocaba a los tiranos pegándoles un tiro. Ahora el tiro te lo tienes que dar tú y lo más que consigues es que el tirano cambie de país llevándose una tonelada y media de oro."

1 comentario:

Lenka dijo...

Obviamente tiene que haber un poso para que, ya sea un tiro, ya una bofetada, estalle una revolución. Si nos ponemos a tirar del hilo podría parecer que el zarismo feudal ruso cayó porque un falso monje disoluto y manipulador juró a una madre que salvaría a su retoño. Naturalmente había mucho más detrás de eso, pero siempre resulta fascinante comprobar cómo una pequeña chispa lo precipita todo.

Curiosa historia, de todos modos. Qué chocante imaginar a una mujer tunecina (por estudios y rango que tuviera) abofeteando públicamente a un hombre. La corrupción, la miseria, el paro... eso no sorprende a nadie. Curioso también cómo tendemos a adornar las cosas. No es menos "heroico" que Mohammed dejara la escuela para trabajar en lugar de ser informático sin oportunidades.

Lo que parece claro es que siempre hay un "basta". Normalmente una cosa que parece mínima y sin importancia. Y es que, ahora, con esto de internet, las redes sociales y la pequeña aldea que es el mundo, cualquiera puede convertirse en símbolo mientras su historia corre como la pólvora en pocos días (con profusión de adornos y versiones).

Un día se estudiarán estos episodios en los libros de historia, y habrá que empollarse sesudas cuestiones sobre situaciones políticas, económicas, sociales, demográficas, etc. Pero es fascinante que, si no se nos olvida, el inicio de todo se pueda contar casi como un cuento arquetípico o una de las historias de Las mil y una noches.

"Cuéntase -pero Alah es más sabio, mas prudente, más poderoso y más benéfico- que en lo que transcurrió
en la antigüedad del tiempo y en lo pasado de la edad, hubo un joven vendedor de fruta llamado Mohammed..."