jueves, 9 de agosto de 2012

Anécdotas olímpicas VIII


Especial natación sincronizada

La natación sincronizada es, junto a la gimnasia rítmica, el único deporte olímpico solo para mujeres, sin versión masculina (por contra, el único deporte sin versión femenina es la lucha grecorromana). Es disciplina olímpica solo desde Los Ángeles 1984, y durante los tres primeros Juegos en los que se disputó, constaba de dos especialidades: por parejas, y, sorprendentemente, individual (¿con qué demonios se va a sincronizar una sola nadadora?). En Barcelona 1992 tanto las ganadoras del oro por parejas (las estadounidenses Karen y Sarah Josephson) como las de la plata (las canadienses Penny y Vicki Vilagos) eran parejas de gemelas idénticas. En Atlanta 1996 se cambió por una sola prueba de equipos de nueve componentes, y a partir de Sydney 2000 se viene disputando en las modalidades de parejas y equipos.

Las puntuaciones siempre han sido el principal problema de este deporte. Dos ejemplos claros fueron el concurso de parejas de Seúl 1988 y el individual de Barcelona 1992. En el primer caso, ganó la pareja de Canadá gracias a que la juez canadiense fue la única de los siete en dar a sus nadadoras una puntuación más alta que a las estadounidenses, que fueron plata por menos de una décima. De haberse puntuado estilo Eurovisión, con cada juez no pudiendo votar a la representación de su país, las estadounidenses habrían ganado.

En el individual de Barcelona 92, la juez brasileña Ana Maria da Silveira dio a una de las favoritas, la nadadora canadiense Sylvie Fréchette una puntuación de 8.7, muy inferior a los 9.2, 9.4, 9.5 y 9.6 que otorgaron los otros jueces. Silveira dijo que se había equivocado al apretar el botón y quiso corregir su error, pero mientras los jueces intentaban entenderse en varios idiomas, la puntuación acabó apareciendo en las pantallas como oficial, tras lo cual ya no se puede cambiar. El equipo canadiense y el estadounidense entonces se enzarzaron en teorías conspiratorias sobre el error. Los canadienses dijeron que Silveira quería dar un 9.7, pero esa hubiera sido la puntuación más alta dada por cualquier juez a cualquier participante. Los estadounidenses tenían la teoría de que Silveira sí quería dar esa puntuación, pero que al ver la gran diferencia con sus compañeros, intentó cambiarlo por vergüenza. Además, en esta parte del concurso, los ejercicios obligatorios, iguales para todas, los jueces no sabían la identidad de cada nadadora (todas llevaban la misma combinación de bañador negro con gorro blanco), y los estadounidenses pensaban que quizá Silveira, al ver a quién había dado esa puntuación tan baja, había querido cambiarla solo por eso.

El oro al final lo ganó la estadounidense, Kristen Babb, cuyo marido, Ed Sprague, era jugador de béisbol en un equipo canadiense, los Toronto Blue Jays. Debido a esta controversia olímpica, y al eterno pique entre yankees y canucks, la afición del equipo empezó a silbarle cada vez que bateaba (cosa que se acabó cuando el equipo ganó las Series Mundiales, y pelillos a la mar). La cosa no acabó ahí: el representante canadiense en el Comité Olímpico Internacional siguió haciendo cruzada para cambiar los resultados, llegando incluso a cuestionarse la propia existencia de la sincro como deporte olímpico. Al final, la Federación Internacional de Natación concedió a Fréchette una medalla de oro, a la vez que permitió a Babb mantener la suya.

Las dos nadadoras tienen también su miga. A Kristen Babb la hicieron empezar a aprender sincro desde los tres años, y compitió por primera vez a los seis. Cuando ganó su primer campeonato de Estados Unidos en 1989, a los 20 años de edad, sufría de grandes dolores en la parta baja de la espalda. Resultaba que sus abdominales frontales estaban tan desarrollados que no se le habían formado bien los abdominales oblicuos. La única solución fue dejar atrofiar los músculos durante ocho meses y volver a desarrollarlos de manera más adecuada. Aún así, le dio tiempo a ganar el campeonato nacional otra vez en 1990.

Por su parte, Sylvie Fréchette no tenía el equipamiento necesario para entrenarse a alto nivel en su Montréal natal. En 1990 el ayuntamiento le hizo una piscina especializada con cámaras submarinas y equipo de sonido, pero el edificio se incendió a las dos semanas. Dos años después, una semana antes de la inauguración de los Juegos de Barcelona, al volver ella a su apartamento, encontró allí a su novio, el comentarista deportivo Sylvain Lake, muerto tras haberse suicidado inhalando monóxido de carbono. Fréchette se fue a los Juegos completamente en shock pero dispuesta a competir, tras lo cual le ocurrió el tema de la puntuación errónea, la presión mediática, la medalla tardía y la desaparición de su especialidad del programa olímpico.

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